Si te has parado a leerme quizá sea porque buscas entender 𝗹𝗮 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝗰𝗮𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗺𝗼𝗻𝗲𝗱𝗮. Esa que no brilla, que no atrapa miradas ni ejerce influencia. Esa que se muestra real, cruda, auténtica, sin mas brillo que los destellos de su propia esencia. Hablemos del 𝗳𝗿𝗮𝗰𝗮𝘀𝗼, ¿ por qué no? Esa sensación frustrante que todos experimentamos en algún momento, y que nos asfixia y limita hasta hacernos temerosos de soñar.
Solemos relacionarlo con la decepción, el resentimiento, los miedos o la insatisfacción, haciéndonos perder la iniciativa hasta hundir nuestra capacidad de lucha. Pero a pesar incluso de deprimirnos, ahí está, de la mano del éxito, formando parte de la misma moneda. Y es que el fracaso es lo que da nombre al 𝗲́𝘅𝗶𝘁𝗼 y el espejo donde podemos mirarnos para comprender 𝗱𝗲 𝗾𝘂𝗲́ 𝗽𝗮𝘀𝘁𝗮 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗵𝗲𝗰𝗵𝗼𝘀.
No lo arrinconemos, ni lo desechemos, porque bien utilizado, lejos de ayudarnos a caer, nos impulsa a levantarnos, a replantear nuestro camino y lo más importante a 𝗮𝗽𝗿𝗲𝗻𝗱𝗲𝗿.
𝗦𝗮𝗹𝗺𝗼 𝟭𝟭𝟵:𝟳𝟭
𝗠𝗲 𝗵𝗶𝘇𝗼 𝗯𝗶𝗲𝗻 𝗵𝗮𝗯𝗲𝗿 𝘀𝗶𝗱𝗼 𝗵𝘂𝗺𝗶𝗹𝗹𝗮𝗱𝗼, 𝗽𝘂𝗲𝘀 𝗮𝘀𝗶́ 𝗮𝗽𝗿𝗲𝗻𝗱𝗶́.
