Decía el filósofo griego 𝗘𝗽𝗶́𝗰𝘁𝗲𝘁𝗼 que «al igual que cuando caminamos intentamos 𝗻𝗼 𝗽𝗶𝘀𝗮𝗿 𝘂𝗻 𝗰𝗹𝗮𝘃𝗼 o torcernos un tobillo, en la vida deberíamos conducirnos con la misma atención»; es decir, evitando que otros 𝗻𝗼𝘀 𝗱𝗮𝗻̃𝗲𝗻 , 𝗲𝘃𝗶𝘁𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗱𝗮𝗻̃𝗮𝗿 y guardándonos sabiamente de todo mal. Sin embargo, cuántas veces incurrimos en los mismos errores y confundimos nuestra obligación espiritual de 𝗮𝗺𝗮𝗿, por entrar y ceder sin medida ante los caprichos desmedidos de aquellos que no comprenden nuestra valía y mucho menos el origen y carácter de nuestro 𝗮𝗺𝗼𝗿.
Si tú no te amas, no te respetas, no sabes cuidarte ni les pones a los demás los 𝗹𝗶́𝗺𝗶𝘁𝗲𝘀 𝗼𝗽𝗼𝗿𝘁𝘂𝗻𝗼𝘀, es difícil que los de afuera te entiendan. Por eso es necesario recordar, que una parte esencial en esta vida es 𝗾𝘂𝗲𝗿𝗲𝗿𝘁𝗲, 𝗿𝗲𝘀𝗽𝗲𝘁𝗮𝗿𝘁𝗲, 𝗰𝗼𝗻𝗼𝗰𝗲𝗿𝘁𝗲 𝘆 𝗹𝗼 𝗺𝗮́𝘀 𝗶𝗺𝗽𝗼𝗿𝘁𝗮𝗻𝘁𝗲, 𝗵𝗮𝗯𝗹𝗮𝗿𝘁𝗲 𝗮 𝘁𝗶 𝗺𝗶𝘀𝗺𝗼 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝘀𝗶 𝗳𝘂𝗲𝗿𝗮𝘀 𝘁𝘂 𝗺𝗲𝗷𝗼𝗿 𝗮𝗺𝗶𝗴𝗼.
Dios no nos ha llamado a ser el objeto de 𝗮𝗯𝘂𝘀𝗼, ni a malentender el perdón como la 𝗱𝗶𝗮𝗻𝗮 𝗺𝗮𝗻𝗶𝗽𝘂𝗹𝗮𝗱𝗼𝗿𝗮 de otros. Recuerda que en la Biblia a amar a Dios es incondicional, pero amar al 𝗽𝗿𝗼́𝗷𝗶𝗺𝗼 está condicionado a la forma en que 𝘁𝘂́ 𝘁𝗲 𝗮𝗺𝗮𝘀 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼.
…Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y todas tus fuerzas …” (Marcos 12:30), y a tu prójimo como a tí mismo.
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